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El cementerio de Lanús, ubicado en la calle Aguilar en el número 3302 (Lanús Este), es un predio de aproximadamente doce manzanas donde la tranquilidad y la armonía reinan, al igual que en toda necrópolis. El mismo cuenta con un crematorio y una capilla cristiana. Hay parcelas destinadas a nichos, sepulturas y bóvedas, tanto al nivel de la calle como en los subsuelos. Personajes importantes de la zona, como Pepe Biondi, descansan por la eternidad entre sus muros.

Pocos son los relatos de carácter sobrenatural que circulan por la zona con respecto a este camposanto. Lo curioso es que entre los investigados por los lugareños y vecinos del lugar, hay uno que se repite de manera bastante curiosa y extraña.

Este relato habla sobre la figura de una niña que es común de ver después del horario de cierre del lugar (Horario Invernal de 7 a 17 Hs). Entre los testigos de dicha presencia, las descripciones son prácticamente idénticas. La niña es descrita como una niña de aproximadamente catorce años con un short verde y una remera rosa pálido. Su rostro puntiagudo y tez prácticamente pálida se ocultan detrás de una cabellera rubia y frondosa.

Algunos hablan y especulan que la niña podría ser una proyección de una de las personas enterradas en el lugar. Otros mencionan invocaciones y maleficios, y unos pocos hablan de una niña traviesa a la que le gusta jugar entre las tumbas en el cementerio cerrado.

Fue en ese momento, ya en las inmediaciones del cementerio, cuando decidí preguntarle a los transeúntes y personas de la zona acerca de esta historia.

Antonella: “No es la primera vez que alguien me pregunta sobre esta niña. Muchos hablan de verla detrás de las puertas cuando el cementerio está cerrado. Al principio, pensé que era un cuento, pero luego mi primo me contó que la vio una noche y le asustó mucho. Al menos él le cree.”

Daniel: “Yo trabajo aquí en la zona. Nunca he escuchado acerca de la niña, pero no es algo que me sorprendería. Muy de vez en cuando por las mañanas veo ofrendas rituales y diferentes tipos de brujerías aquí en la puerta (con un gesto señaló el portón enrejado del Cementerio). Ese tipo de cosas con velas y maíz podrían traer cosas mucho peores que el fantasma de una niña.”

Marcela: “Yo no creo en esas cosas. Seguramente es la hija de alguien que trabaja en el Cementerio y que la deja jugar entre las tumbas.”

Después de hablar con algunas personas y al ver la calle vacía a ambos lados, decidí ingresar al lugar y caminar entre sus tumbas. Confieso que conozco bastante este cementerio porque tengo a personas muy queridas aquí. Por eso mismo, y sin sentir miedo ni incomodidad, recorrí el largo sendero pavimentado hasta prácticamente el fondo del lugar. La gente que había era muy poca y, al estar en un lugar donde se rinde culto y amor a los que ya no están entre nosotros, decidí que lo mejor era no hacer preguntas allí dentro.

Cuando se acercaba la hora de cierre, decidí regresar hacia el portón de entrada. El lugar estaba desierto y silencioso, y excepto por las lápidas a ambos lados del camino, habría sido un paseo placentero.

Salí del lugar sin haber obtenido un relato consistente sobre esta supuesta aparición. Por razones obvias, preferí no preguntar a los cuidadores y al personal del lugar, ya que soy bastante escéptico y no esperaba obtener una respuesta contundente que convirtiera al lugar en un foco de atención. Por eso, me dirigí sintiendo un cierto vacío hacia la parada de la línea 179, ramal 3, que me llevaría a la estación ferroviaria de Lanús, mucho más cerca de mi hogar y refugio. Lo curioso de esa tarde fue que en la parada del colectivo, había dos mujeres bastante adultas hablando entre ellas delante de mí. Luego de unos minutos en el lugar, algo en su conversación, además de temas de remedios, jubilación, nietos y una «extraña tentación de ir al Bingo», llamó mi atención y me obligó a apagar el reproductor musical de mi celular para escucharlas con atención.

Anciana: “Es increíble cómo una niña tan pequeña puede jugar allí adentro. No debe tener más de diez años y apenas estaba abrigada, la pobrecita. No entiendo cómo los padres la dejan estar fuera de casa. Cuando yo era chica, mi papá me castigaba con el cinturón si llegaba tarde a casa. No entiendo cómo nadie la ve cuando entra, pero una vez por semana la veo jugar cuando paso por la puerta del cementerio.”

Luego, las señoras subieron al colectivo. Por una extraña curiosidad, preferí no subirme al vehículo y me acerqué nuevamente al portón de rejas. El cielo comenzaba a oscurecerse rápidamente, y las tumbas proyectaban tétricas sombras en el suelo de tierra y pasto. Adentro, no pude ver a ninguna niña jugando. Ningún niño moviendo su rubia melena entre las tumbas, solo las frágiles hojas de los árboles meciéndose al compás del viento invernal. No había ninguna presencia, ni natural ni sobrenatural, asomándose detrás de las rejas, solo las lápidas y cruces cristianas que de cierta forma nos invitan tarde o temprano a estar entre ellas, a formar parte de ese mundo, a formar parte de sus muertos.

El cielo se oscurecía rápidamente.

Era hora de retomar el camino y alejarme de esos difuntos y, seguramente, de esos fantasmas.