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Sábado, 8 de Febrero del 2025

EL CELADOR DE LOS MUERTOS - LEYENDA URBANA DE RECOLETA

EL CELADOR DE LOS MUERTOS - LEYENDA URBANA DE RECOLETA

“Cuando me arrepentí de haber tomado otro camino, ya era demasiado tarde. Estaba sola, caminando por la calle Junín, rumbo a Av. Las Heras para tomar el colectivo 37. Volvía de la facultad. Esa noche habíamos salido más tarde de lo habitual de la clase de Derecho, y como necesitaba despejarme —tenía la cabeza a punto de estallar—, preferí regresar sola, evitando a mis compañeras, siempre charlatanas.

Fue cuando pasé frente a la Iglesia del Pilar, justo al comenzar a bordear el muro del Cementerio de la Recoleta. No estaba segura si era producto de mi imaginación o del agotamiento después de una clase tan densa, pero me sentía extremadamente cansada.

Lo extraño sucedió al llegar a la puerta del cementerio. No sé por qué, pero miré hacia adentro. Las antiguas rejas negras no bloqueaban mi vista, y el lugar se veía con claridad bajo la tenue luz de la noche. Las criptas, las calles de baldosas, incluso la estatua en la plaza central se distinguían perfectamente. Era un paisaje tranquilo y a la vez inquietante. No sé cuánto tiempo me quedé contemplando, pero cuando volví en mí, una sensación extraña me invadió. De repente, el aire se volvió más frío y comencé a sentirme observada. No sabía si era por estar frente a las puertas de un cementerio a esa hora o si mi mente me estaba jugando una mala pasada.

Decidí seguir caminando, y ahí fue cuando ocurrió. Al girar, noté a un hombre cerca de mí. Había algo perturbador en él. Vestía una camisa y pantalón antiguos, y llevaba un sombrero que parecía heredado de su abuelo. Lo realmente extraño era que, a esas horas de la noche, estaba fregando la entrada del cementerio. Le pregunté si necesitaba algo, pero no me respondió. Parecía no escucharme.

Con el corazón acelerado, decidí alejarme. El frío en el aire aumentaba, y sabía que algo no estaba bien. Cuando cometí el error de mirarlo de nuevo, me di cuenta de que sus ojos eran completamente blancos, sin vida. Lógico, empecé a correr. Me sentí aterrada, incluso de la sombra que proyectaba el muro de ladrillos. No paré hasta llegar a la esquina del Shopping Mall. Allí, respiré profundamente y me atreví a mirar hacia atrás. No había nadie. Sin dudarlo, me uní a un grupo de personas y tomé el primer colectivo que pasó.”

—Fue justo ahí donde lo vi —me repitió Cinthia, señalando con la cabeza la entrada del Cementerio. Una puerta de estilo neoclásico con altas columnas griegas. En su oscura mirada aún se percibía el miedo. A pesar de la distancia entre nuestra mesa y las puertas del cementerio, su mirada evitaba dirigirse hacia allí.

Después de un café, nos despedimos. Ella se fue rumbo a Las Heras. Yo, sin embargo, no pude resistir la tentación de ingresar al cementerio para reflexionar sobre lo que me habían contado.

La inscripción «Requiescant in Pace» me resultó irónica. En este lugar, muchos difuntos parecen no descansar en paz. Existen innumerables historias de muertos que habitan las ostentosas criptas de la Recoleta.

El lugar estaba lleno de turistas, por lo que tomé una calle paralela para perderme en el silencio. Finalmente, llegué a la pequeña cripta con una escultura en relieve, que mostraba a un joven con herramientas de jardinería. Había llegado.

—Señor Alleno, no sabía que había vuelto entre los muertos —murmuré.

Cuenta la leyenda que este cuidador se enamoró del lugar y destinó gran parte de su sueldo para comprar una parcela. Allí construyó una cripta y encargó una obra al arquitecto Canessa. El mismo día que la obra fue completada, renunció a su puesto y se quitó la vida. Desde entonces, su espíritu ronda el lugar.

Perdí la noción del tiempo. Al recuperar la conciencia, me persigné y decidí marcharme. La Recoleta tenía otra historia que contar, otro fantasma que conocer.