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Sábado, 8 de Febrero del 2025

PARÁLISIS DEL SUEÑO - RELATO PARANORMAL

PARÁLISIS DEL SUEÑO - RELATO PARANORMAL

«En la parálisis del sueño, la mente despierta en el infierno mientras el cuerpo yace en la tierra.»

H.P. Lovecraft, Los gatos de Ulthar.

 

Alejandra se despertó esa noche con un sobresalto. Miró el reloj con temor. Los números rojos brillantes marcaban las cuatro de la mañana. Sentía la urgencia de ir al baño mientras refunfuñaba por haber bebido tanto antes de acostarse. El contraste de la cálida cama con el frío del resto de la casa era más que evidente, y no quería sentir ese gélido aire invernal. Era julio, y los inviernos en El Jagüel eran realmente fríos para ella. Maldiciendo en silencio, sabía que tendría que levantarse y caminar por el largo y frío corredor del primer piso hasta el baño. Intentó moverse, levantando primero el pie izquierdo y luego el derecho, pero fue en vano. Había perdido el control de su cuerpo. Comenzó a sudar, reconociendo la sensación de lo que venía una vez más. Ya había experimentado lo mismo las noches anteriores. Levantó la mirada en la oscuridad del cuarto y ahí estaba, esa siniestra silueta oscura, como la mismísima negrura absorbiendo el resto de la noche. Más cerca que la última vez. Intentó gritar con todas sus fuerzas, pero fue inútil. Las lágrimas brotaron de sus ojos de manera incontrolable. Solo le quedaba esperar.

Hace unos meses, recibí en mi casilla de correo una consulta que encerraba una historia bastante curiosa. Era sobre una adolescente que sufría algo que muchos conocemos (y también hemos sufrido) como terrores nocturnos. Estos episodios son reconocidos tanto por la medicina moderna como por la parapsicología, aunque por diferentes motivos. No pude evitar el impulso de ponerme en contacto con ella y concertar una entrevista.

El restaurante y pizzería La Diva es uno de los lugares más concurridos y con mayor prestigio de la zona. Se encuentra en la Av. Hipólito Yrigoyen al 4599, y por allí transitan cientos de personas cada día. Fue en ese lugar donde una tarde de miércoles me senté a escuchar la historia que esta pobre víctima de los terrores nocturnos tenía para contarme.

Alejandra: Al principio, esa cosa solo me observaba por las noches. No se acercaba. Investigando el tema, descubrí que es algo completamente normal, dicen. Yo trataba de ignorarlo, pero me moría de miedo. La primera semana fue así: me miraba desde los pies de mi cama. Lo peor fue lo que sucedió después. Durante la segunda semana de soñar cada noche con la misma “sombra” —los ojos de la chica comenzaron a parpadear rápidamente, con movimientos nerviosos— empezó a acercarse a mí. Era una situación horrible porque mis padres no podían ayudarme, y yo intentaba mantenerme despierta por las noches para no verla. Fue la décima noche cuando ocurrió lo peor. Lo recuerdo perfectamente. Había cerrado mi habitación con llave y me puse a ver la televisión. Estaba haciendo zapping, evitando programas y películas de terror. Mis ojeras eran muy marcadas por la falta de sueño. Estaba absolutamente despierta. Fue alrededor de las tres de la mañana cuando me pareció escuchar pasos en el corredor, del otro lado de la puerta. El corazón se me detuvo en ese instante. No sabía cómo, pero esa cosa estaba del otro lado. Quería entrar en mi habitación. Muerta de miedo, intenté saltar de la cama, pero mis pies ni mis brazos me respondían. Estaba inmóvil, de la misma manera que cuando estaba dormida, pero esta vez estaba despierta. Fue terrible. Mis ojos se volvieron hacia la puerta. La llave empezó a girar sola y el cerrojo se soltó misteriosamente. Intenté cerrar los ojos, pero esa cosa no me dejaba hacerlo. La oscuridad, maldita, quería que la mirara a los ojos. La puerta se abrió y esa sombra entró. Se acercó rápidamente y extendió un brazo hacia mí. Fue entonces cuando sentí un frío terrible y pude gritar con todas mis fuerzas. La criatura, el fantasma, lo que fuera, ya no estaba cuando mis padres entraron por la puerta y, asustados, me tomaron entre sus brazos. Ellos vieron mi miedo y tomaron cartas en el asunto.

Al día siguiente, hablaron conmigo y me sugirieron que pasara unas noches fuera de casa, en lo de Josefina, una amiga de la infancia. Me recomendaron no contarle todo el motivo del favor. También me llevaron a lo de un curandero llamado Juan. Fue extraño, ya que nunca fui creyente de esas cosas. Él me examinó detenidamente. Me dijo que comprara unas velas, unos jabones y una especie de perfume, y que realizara un ritual cada vez que me bañara. En sus ojos vi preocupación, pero no pude sacarle nada más. Era como si no quisiera contarme algo. No puedo saber qué, y quizá lo mejor sería que nunca lo sepa. Hace días que no vuelvo a mi casa. Sé que mis padres rocían las paredes con un líquido extraño que este Juan les dio —los ojos de Alejandra comenzaron a humedecerse al recordar el miedo vivido—, y no sé cuándo estaré en condiciones de volver y enfrentarme a ese lugar que durante años fue mi habitación.

Mi café me miraba frío desde la mesa del restaurante. La historia de esta chica me había atrapado. Sus ojos demostraban un miedo familiar. Sus ojeras apenas se notaban después de muchas noches de descanso, pero aún tenían ese tic nervioso de abrirse y cerrarse rápidamente. Parte de mí quería encontrar una forma de ayudarla y entender más lo sucedido. Un motivo personal me impulsó a pedirle autorización para visitar el lugar y, por primera vez, seguir un caso paranormal para intentar, en la medida de lo posible, un contacto con lo fantástico y sobrenatural.

Fue a la mañana siguiente cuando yo, Matías Ferri, me involucré personalmente en esta, para mí, difícil investigación. Cuando Josefina, la amiga de mi contacto, me acompañó a entrar a la casa, no pude evitar sentir un extraño escalofrío. El lugar estaba desierto y el silencio era sepulcral. Era como si no solo ese espacio, sino todo el barrio, se hubieran confabulado de forma maliciosa para que no hubiera ningún sonido salvo el de nuestros pasos. Tomé la delantera y me dirigí hacia la escalera, mientras tanteaba inconscientemente el crucifijo dorado de mi cuello. Los escalones eran de roble oscuro y un extraño perfume embriagador, que me recordaba a la flor de azahar, flotaba en el ambiente. La larga escalera estaba en penumbras, mostrando una cima oscura y desafiante. Encendí la luz al llegar al rellano y pisé el mismo corredor que me habían descrito la tarde anterior. El aire era espeso, terrorífico y sobrenatural.

Lo peor fue cuando entré a la habitación. Estaba perfectamente ordenada. Unas velas consumidas, acompañadas de estampas religiosas, le daban al lugar un aire sombrío. Cerré los ojos y no fue difícil sentir que ese espacio era diferente al resto de la casa. El aire era un poco más frío. La atmósfera, pesada e incómoda. No podía dejar de sentir que alguien me observaba desde un rincón, sigilosa y celosamente. Fue entonces cuando una ráfaga de aire glacial atravesó mi estómago, confirmando mi teoría de que ese ataque no era un simple terror nocturno, sino algo mucho peor. No estábamos solos en esa habitación. Sentía la presencia de alguien más. Algo invisible y, por algún motivo que no podía explicar, malévolo, en dirección a los pies de la cama. La sensación era horrible. Espantosa. Parte de mí sentía que estaba mirando a los ojos a esa extraña sombra que ahora no quería hacerse visible.

Josefina y yo salimos de la casa y nos despedimos. Aún necesitaba un relato más, una pieza para completar este rompecabezas. Fue por eso mismo que, después de casi cuarenta minutos, me encontraba en el consultorio de este famoso Juan, quien, días atrás, había ayudado y aconsejado a Alejandra para escapar y, aunque en vano, intentar ahuyentar a esa maldita entidad de su casa.

Él fue muy receloso. Era como tratar de averiguar sobre un paciente entrevistando a su analista.

Juan: Hay cosas que están más allá de todos nosotros. No todos pasamos a los planos que nos corresponden cuando abandonamos nuestros cuerpos. Hay gente buena, pero también hay gente mala, y lamentablemente, la mala es la que, una vez muerta, tiene más poder en este plano cuando no quiere irse. Lo que le pasó a esa pobre chica es un ataque de una fuerza oscura. Hoy en día, sus padres están luchando contra ese espectro (por llamarlo de alguna forma), pero es una batalla larga y con pocas posibilidades de éxito. Lo que hay en ese cuarto es muy poderoso. Es como una fuerza que emana de esas maderas del piso y flota, sofocadamente, haciendo daño a quienes la percibimos. Sé que estuviste allí y sé que también lo sentiste. Veo cosas en vos. Veo un sufrimiento y miedo similar. —Juan me miraba fijamente, con aire preocupado, desde detrás de su escritorio—. Por suerte, nunca tuviste la mala suerte de ver lo que esa chica vio y lo que yo mismo vi hace unos años, en otro caso parecido. Alejandra tiene que abandonar la casa, pero también debe librarse de esa entidad oscura que la sigue atormentando. Sé que me seguís, Matías, porque esto no terminó para vos. Vas a tener que enfrentarte a esto tarde o temprano, así que preparate. Con este consejo terminó nuestra reunión, y me marché bastante contrariado.

Alejandra me escribió esta misma mañana. Me dijo que, por fin, podría regresar a su casa. No había sido fácil. Le llevaron meses de trabajo espiritual, ejercicios y tratamientos energéticos que la llevaron casi al borde de la desesperación. La energía de esa entidad sigue ahí, encerrada. Sus padres murieron en un trágico accidente en la Ruta 205, a la altura de Ezeiza, en su intento de abandonar la ciudad después de que ella se mudara nuevamente a su habitación. No se sabe la causa, pero hubo una serie de misteriosas manchas negras en el asfalto. Estoy seguro de que este es solo el principio de una historia mucho más larga, la cual, espero, en algún momento, encontrar la respuesta correcta para continuarla.

AutorMatías Ferri para Obscura Buenos Aires (2016)